A veces me pregunto dónde y con quién se entretuvo la inspiración, quizá algún mal hábito como la pereza la encandiló. Otras veces pienso que aparqué la creatividad y la imaginación para simplemente crecer y convencerme de que volar es imposible. O tal vez sólo sea que me instalé y acomodé en mi rutina.
Y de ahí la pregunta más importante: ¿por qué fue así?
Cuál fue el momento, maldito momento, en el que pacté con la mediocridad. Siempre creí que mis libros, pensamientos no tan disparatados, mis ansias de conocer, y no mundo sino conocer y ya está, mi facilidad para galopar como Quijote, aunque yo siempre sin Sancho, entre la realidad y la fantasía, alimentaban mi espíritu.
Siempre mimé la cúspide de mi pirámide, toda esa autorrealización de la que hablaba Maslow y blablabla...Veinte años de vida y mi antes pirámide es ahora una mastaba.
Seguiré buscando.
No puedo, no me salen palabras para describir como me siento. Necesitaba abrir este mundo de sensaciones y aclarar mis ideas. Pero es tanto lo que me ocurre, que se me hace imposible encontrar las palabras correctas. No tengo nada claro. No sé como actuar, ni como hablar, tampoco sé qué decir ni como debo hacerlo, no sé donde está mi lugar, ni quienes son las personas a las que quiero a mi lado. Ahora mismo me siento tan vulnerable y pequeñita como una flor. Una flor débil y volátil, que con el minúsculo soplo de aire puede desvanecerse en la nada. Será cuestión de tiempo. Dicen que el tiempo lo arregla todo y nos pone a cada uno en su lugar, pero tiempo es precisamente lo que no tengo. No me apetece seguir al ritmo del mundo. Estoy molesta con todo, todo es tan perfecto que me siento inútil. Estoy enfadada con el mundo. No sabría como explicarlo porque es un cúmulo de sensaciones desconcertantes. Por eso mezclo sentimientos y solo logro embarullarme aun más. Ahora más que nunca veo
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